La autora ha decidido permanecer anónima
He perdido la batalla.
No por omisión ni por debilidad.
Hoy perdí ante el poder, ante el silencio, ante la tradición.
Pensé que las horas de preparación, de terapia, de enojo y del amor que recibí me iban a preparar…
Pero mi enemigo siempre fue más grande. Es opresor, es abusivo.
Hoy perdí el deseo de ganar, perdí la intención.
Hoy sucumbo a la derrota. No siento amor por mis padres, no siento cariño, no me siento protegida.
Me hace sentir sola el saber que siempre lo he estado.
Ustedes me derrotaron. Especialmente tú, madre. Tu silencio ante lo que más importa y tu voz, tus palabras, tu insistencia ante lo que no importa.
¿Que si soy bella? ¿Flaca? ¿Con novio?
Es desgarrador ser testigo de cómo las víctimas del sistema se convierten en opresores. Tú eres víctima de esta sociedad y juegas con ella, la moldeas para que te haga sentido, y evitas reconocer la lógica refutable.
Jamás he sido feliz y lo sabes. Aún así quieres que volvamos a lo que nunca fuimos, porque es ahí, en mi silencio y sufrimiento, donde encuentras tu comodidad.
En olvidarme, en negarme, en hacerme un lado, en donde yo no existo, en donde tú encuentras paz.
Ya no tengo palabras, ni energía, ni intención de explicarte. Ya no puedo. Hoy pierdo.
No me sorprende. Lo que me asombra es que ya no tengo corazón: la herida ha crecido tanto que ha sobrepasado el amor y el cariño.
Siempre van a ser mis padres, siempre va a ser mi hermano, mas nunca van a entenderme o protegerme. Y no lo necesito. Ya no.
Madre… Me dices que yo rompí con esta maldición que tiene la familia, esta historia de abuso, que con mi trabajo la rompí. También dices que no quieres que los responsables vivan su culpa. ¿A quién le tienes miedo realmente? ¿A quién?
Si yo callé cuando me dijiste que callara, si mi cuerpo fue víctima de mi hermano, si mis decisiones son de ustedes, si mi libertad es suya… ¿Por qué me temes?
Si no hay nada que pueda hacerte cambiar de opinión, si sabes que hiciste lo correcto, si sabes que estás haciendo lo correcto… ¿Por qué temes? ¿A qué le temes?
¿Por qué me buscas con desesperación, pero sin intención de hablar? ¿Por qué te incomodo, si nunca fui yo la que tuvo el poder?
¿Por qué peleas con los desvalidos? ¿Por qué oprimes a los que ya han sido oprimidos? ¿Por qué callas a las voces que nunca han sido escuchadas?
No lo sé. O quizá sí lo hago, pero de lo que sí estoy segura es de que hoy perdí la batalla.
Hoy me perdí en tus mensajes mixtos e incongruentes. En tu amor incondicional que tiene como condición el perdonar a mi victimario. En tu amor de madre que ordena pero no escucha. En tu desesperación de enmendar las cosas que ya están rotas.
Hoy me perdí en la necesidad de hacerte entender. Hoy perdí. Tú no me crees ni me creerás. No estás dispuesta a romper con tus paradigmas, no estás dispuesta a dejar ir el control. No quieres acercarte al sufrimiento y ahí es donde me encuentro yo. Cuando decidiste olvidar tu propio sufrimiento, también me olvidaste a mí. Por lo menos, hoy ya lo sé.
Sin voz, sin movilidad, sin energía. Ahí estoy y ahí estaré. Hoy perdí la intención de hacerte entender. Rompí el silencio, creyendo que el silencio era opresor, era muerte, era olvido. Sin embargo, descubrí un monstruo nuevo: tu negación e imposición. Me derrotaste. Una vez más. Ahora me dejaré ser derrotada. Ganó el sistema. Ganó la dinámica familiar.
Hoy perdí la necesidad de ser parte de la dinámica familiar. Hoy perdí el deseo de vencerte. Hoy perdí, y al perderte… me encontré.
