Ella… y yo

Para Vero

Narrado por Arantxa Muñoz, escrito por Carmen Soledad

No sé por qué hoy, un día cualquiera, es cuando por fin hago esto, después de tantos años, después de tanto tiempo. No sé qué fue lo que me llevó a pensar en ti, a avivar esta necesidad de hablar de ti, de contar tu historia. Hoy es, aparentemente, un día más y llevo ya días con las palabras desbordándome. Ya no puedo no contarte.

¿Será entonces que los días cualquiera se transforman en memorables cuando así lo elegimos? ¿Estoy acaso eligiendo que hoy lo sea?

Me parece que sí. Creo que sí.

¿Cómo comenzar a honrar a quienes más amamos? ¿Cómo permear su existencia que, a pesar de la muerte, permanece?

Este es mi intento. Es para ella.

Podemos comenzar con lo que recuerdo. Hay preguntas y si soy sincera no sé si podré contestarlas, pero haré mi mayor esfuerzo por trazar una línea lo más coherente posible e ir reescribiendo su vida, a través de mis ojos, inclusive con mi propia vida.


Mis abuelos se separaron cuando mi mamá era niña.

Abuelo, ludópata. Para mí no hay distinción. Abuela, escribana. Entre ellos, un rango de edad inmenso, innombrable, derivado de la época y de la mujer o, en este caso, la niña, cumpliendo con ser esposa. Sé poco sobre ellos. Lo que sí sé, es que mi abuelo era argentino. Creo que es importante que aclare entonces que mi abuela, e incluso mi madre, eran peruanas. Corrijo: mi abuela es peruana.

La minoría de edad de mi abuela pasaría, en ese momento, a segundo plano, pues en primer lugar estaba su rol de hermana mayor. Y, como tal, mi abuelo era entonces un destino afortunado: extranjero, con posibilidades económicas que no habían ni soñado…. Por otro lado, ella, extravagante; sus nacionalidades, distintas.

¿Le llamaremos amor? Tal vez si cerramos los ojos ante las circunstancias, podemos convencernos de ello.

Hubo un embarazo, independientemente de si pretendían amarse. Hubo un segundo embarazo. Mi mamá fue la mayor.

Mi abuelo, ludópata, perdía siempre su dinero. Aquel destino afortunado, quizá no lo era tanto. Mi abuela, mujer, cansada, harta… se separó.

Hay huecos en esta historia, conversaciones, peleas, eventos, sucesos que ir desenvolviendo para poner cada pieza en su lugar… Sin embargo, los desconozco, no los tengo, podría imaginarlos y, al mismo tiempo, tampoco puedo. No sé si él regresó a Argentina, lo que sí sé es que se separaron.


A los 13 años, mi mamá conoció a su mejor amiga. Yo la conozco, desde siempre, como tía.

En Perú, ambas cursaban la secundaria, en México le llamamos preparatoria.

A mi mamá le llegó el destino, de la misma forma en que le llegó a mi abuela, y a la vez, fue tan distinto. Quiero creer que no es accidental. Sé que no lo es. Llegó la Fuerza Aérea a reclutar pupilos, mentes novicias que pudieran ser cautivadas con la idea de la aventura.

Mi mamá, Miss Simpatía Perú, belleza reconocida, belleza siempre señalada… por supuesto que fue elegida. Era una puerta, un cielo nuevo… era poner distancia entre una familia a la que no quería o no sabía pertenecer. A una madre, un hermano y un padre que no le correspondían. Era alejarse de la ausencia, del dolor y de las drogas… así como de tantas cosas más que desconozco y que ya no podré preguntarle a ella.

Para mi mamá, la Fuerza Aérea fue esa puerta, ese destino que ella misma se forjó, con el que se atrevió a ser más de lo que le habría correspondido. Gracias por eso, mamá.

Un escape, lejanía de una realidad no deseada. Oportunidad, experiencias que jamás pensó que tendría. Nuevos mundos, antiguos y distantes: Europa, África… La grandeza de conocer presidentes, figuras rimbombantes… todo era pequeño en comparación con haber logrado huir, dejar de ser hija de ella.

Ser sobrecargo le otorgaba ese poder. Ya no era hija, era otra, era nueva, era suya.

Eventualmente abandonó la carrera que se construyó a sí misma en Estados Unidos, a costa de un esfuerzo jamás nombrado, jamás reprochado… e incluso desconocido casi en su totalidad para mí. En ese entonces, ella todavía no sabía que estaba embarazada.

Después llegué yo. Su segunda hija y conmigo llegó, para ella, el abandono a sí misma. Lo dejó todo, nos dio todo. Primero íbamos nosotros. ¿Ella quién?

Abandonarse, perderse… en todos los sentidos. Buscó compasión… empatía, que sin haber vivido lo que ella, alguien comprendiera sus esfuerzos…

Me ha costado expresarlo.

¿Cómo pudiste ser la mejor mamá sin haber tenido una? ¿Cómo dejar quien eras por otra persona que no conocías, que crecía en tus entrañas y sería tan tuya de la misma forma en la que tú no habías sido de mi abuela?

Silencio; lágrimas; entendimiento; dolor. Es lo que me queda. Un vistazo al pasado tratando de entenderla, de descubrirla, de descifrarla. Falta decir tanto. Ella es tan inmensa.

De mi mamá permanece todo…


El cáncer se presentó cuando yo todavía no era adulta. A veces creo que era solo una niña.

“Es un nuevo día, todo saldrá bien”. Mi mamá y su optimismo, colgado en su rostro en forma de sonrisa. Llegaba ella al hospital irradiando su propia luz.

Me lo han contado…

Llegar y verla, verla sonreír, ¿qué otro desafío ante el mundo habría? Verla sonreír ante su propia lucha tenía un efecto de calma en la vida de otras personas. Así era ella: calma ante la tormenta, inclusive aunque fuera su propia tormenta.

Me detengo y lloro. Puedo verla en mi mente.

No sé si se lo debo a ella, o si me lo debo a mí misma: ayudar a quienes pasan por su misma historia, que puedan verla a través de los ojos de ella.

A veces el cáncer no acaba bien. Soy prueba de ello. Lo vi en ella y ella se refleja en mi existencia todos los días.

El cáncer, a veces, no acaba bien, pero por algo ocurre. Ella no vivió. Yo viví viéndola a ella. Viví. Vivo. No sé cómo explicarlo, pero… mi mamá sonrió. Sonrió todos los días mientras luchaba contra su propio cuerpo. Y también murió. Y… todo salió bien. Estoy bien. Al final, sí hay nuevos días, bien diría mi mamá: “todo saldrá bien”.

Ella, la más fuerte, la más capaz, es mi mayor ejemplo. Quisiera que su historia fuera para otros lo que es para mí. Pero su historia no se acaba todavía. Falta. Se siente incompleta hasta aquí.

Lo que más permanece de ella en mí, es su actitud. Sus palabras son eco en mi mente, en mi actuar… en mi vida. Ella siempre me decía: “Que todo fluya”.

Acomodar lo dicho, las piezas del pasado, las palabras que caen de mis ojos, cubiertas de recuerdos.

Es muy de ella… fluir. Pienso en ella. Sonrío entre las lágrimas y, entre ese ir y venir del dolor, fluye la paz que ella me inspira. Ante esta misma tormenta que me provoca su ausencia, la recuerdo y me sé en calma, me sé acompañada.

Quisiera escribir un libro que honre su memoria: mi mamá, su vida, su ejemplo… que permanezca intacta a través de la tinta y que permee a todos quienes necesiten conocerla. Quiero compartirla.

Mi mamá permanece en cada una de las lágrimas que derramo mientras enuncio estos pocos recuerdos. Sé que son vagos y desordenados, pero son todo de ella. Por hoy, son un comienzo para narrarla, para hacer de su luz un resplandor inmenso.

En cada una de estas palabras, que esconde infinitas lágrimas, está el amor que ella dejó en mí. El efecto de su vida, en la mía, permanece a pesar del cáncer, de la muerte, de la ausencia. Ella está presente, con toda su inmensidad, con todo y los huecos.

Ella está y yo estoy con ella.

Con amor,

Arantxa

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