Somos un eco de sororidad

Acerca de nosotras

Los nombres de las autoras han sido cambiados para honrar sus historias y privacidad

Nos gusta creer que nuestras historias siempre estuvieron conectadas, que, sin saberlo, recorríamos un camino que terminaría por unirnos. El resto fue nuestra decisión: elegimos encontrarnos y reencontrarnos; elegimos conectar y tejer una sororidad que cada día evoluciona y que nos trasciende de una manera que quizá hoy no comprendemos del todo.

Juntas intentamos desenmascarar el mundo masculino que nos habita y al que ya no pertenecemos. Juntas tejemos esperanza a partir de nuestras historias, y de cómo elegimos contarlas o callarlas. Al final, nuestras historias son parte de nuestra identidad, pero más importante aún es cómo nos relacionamos con nosotras mismas y con las demás, pues estas relaciones nos han transformado, nos han revivido y cada día nos acompañan.

Hoy queremos compartir, conectar y resonar. Hoy, 8 de marzo de 2021, en un día que a todas nos ha conmovido de distintas maneras. Conmovido porque nos ha llevado a movernos, a cambiar, a dejar de ser quienes éramos para ser quienes queremos ser. En el camino, muchas mujeres -y sus historias- nos han acompañado. Nos sumamos a ellas para que toda mujer sepa que no está sola, que este movimiento de sororidad es flexible, y que cada una llega a su manera, a su tiempo, y en sus términos.

Queremos compartir lo que el 8 de marzo ha significado para nosotras… y cómo hemos cambiado desde entonces. Así que hoy ponemos nuestras historias, nuestro cuerpo y nuestra mente al servicio de cada una de nosotras.


GUADALUPE

8 de marzo de 2020

Durante esta época del año pasado, podría haberme convencido a mí misma de que iba a la marcha solo como acto de solidaridad, o incluso por trabajo. La verdad es que, desde el momento en que me enteré de las protestas, pude sentir la totalidad de mi cuerpo llamándome allí. Sin importar la distancia u obstáculo, sabía que ansiaba estar en compañía de esas mujeres: mujeres con las que compartía enojo, miedo y amor de una manera única que no compartía con otras. Siempre había sentido que mi fuerza individual no era suficiente para enfrentar mis propios demonios, mucho menos a la bestia patriarcal a la que estaba unida, y esta reunión presentaba la oportunidad perfecta para encontrar aliadas que pudieran empaparme de valentía. Miles de ellas.

Estaba convencida de que el escudo colectivo que se construiría con ellas sería suficiente para defenderme de esa bestia, aunque solo fuera por esas preciosas horas que pasé caminando junto a ellas en la Ciudad de México.

El tiempo que pasé caminando con esas mujeres serían las únicas horas, hasta ese momento de mi vida, en las que reconocí la magnitud del dolor que vivía dentro de mí y el daño hecho a mi mente y cuerpo. Era imposible no reconocerlo; podía verlo reflejado en el rostro de cada mujer que caminaba a mi lado. La desolación y el dolor colectivos solo fueron superados por el pulso de energía que reverberaba «ya es suficiente» a nuestro alrededor.

Vi a mujeres adultas jóvenes abrazándose con lágrimas de ira en los ojos; mujeres mayores en andadores admirando la vitalidad del movimiento; madres que enseñaban a sus hijas pequeñas a levantar el puño en el aire. Vi a madres llorando por sus hijas perdidas, gritando sus nombres mientras contaban sus historias; hijas lamentando la vida robada a las mujeres que vinieron antes que ellas. Vi un mar de mujeres enfrentarse al patriarcado y, por un momento, sentí como si vencer a esos hombres estuviera al alcance de la mano. El gozo y la seguridad de la hermandad que sentimos ese día fue una probadita de lo que era posible y serviría para avivar nuestro fuego interno a partir de ese momento.

Había imaginado que una vez que dejara la marcha, podría volver a ser la persona que era y enterrar mi trauma en el espacio que le había asignado en lo más profundo de mi corazón. En cambio, las semanas posteriores a la marcha me demostraron que ya no podía ocultarlo como lo había hecho hasta ese momento, al menos no de mí misma. Había levantado la curita y se negaba a mantenerse en su lugar. No fue sino hasta aproximadamente un mes después de las protestas que me di cuenta de que no había vuelta atrás. Mis compañeras en la Ciudad de México me demostraron que merecía algo mejor. Mi cuerpo y mi mente exigían algo mejor.

Comencé a ir a terapia y me preparé para enfrentarme a mis demonios.

8 de marzo de 2021

Me abruman las emociones cuando pienso en este día y más aún cuando recuerdo la persona que era hace un año. Me duele pensar que hace un año me privaba de tanta ayuda, crecimiento y hermandad. Me aterrorizaba pensar que nombrar mi trauma, incluso a mí misma, terminaría paralizándome. Me veía a mí misma con tan poca compasión y, a pesar de que este último año fue el año más difícil de mi vida, es el año en el que realmente encontré el amor por mí misma. Hasta hace un año, dejaba que la vida me pasara. Me sentía como si flotara en un universo con poco control sobre lo que se cruzaba en mi camino, con pocas herramientas a mi disposición para defenderme.

Racionalicé y asumí, por mucho tiempo, que me estaba cuidando a mí misma de estrés innecesario al reprimir mis traumas pero, en realidad, solo necesitaba darme una oportunidad, y en el último año finalmente lo hice. Llevo casi un año en terapia. Comencé el viaje de sanación, amor y comprensión y, aunque sé que hay un largo camino por delante, estoy llena de esperanza y deseo de algo mejor. He experimentado y me he permitido sentir el apoyo y el amor, de las demás y de mí misma, del que me había estado privando durante tanto tiempo. Hace un año ni siquiera habría podido anticipar el año cada vez más difícil que me esperaba en los meses posteriores a las protestas y, francamente, no sé cómo lo hubiera hecho si no hubiera comenzado a ir terapia cuando lo hice.

Veo a esas mujeres con las que marché en la Ciudad de México reflejadas en las mujeres con las que me rodeo con frecuencia. Durante el año pasado, he redefinido numerosas relaciones, aprendiendo a diferenciar las cosas en mi vida que son buenas para mí de las que son tóxicas. Aprendí que priorizar mis propias necesidades y mi salud mental me convierte en una mejor defensora de mis compañeras.

Me duele que este año no pueda volver a esas calles y rodearme de miles de mujeres sumanente valientes y de ideas afines. Sin embargo, sé que la energía y el mensaje que me dejaron el año pasado lo llevo dentro de mí y nunca se disiparán.

A pesar de mi ausencia física, siempre estaré en esas calles. Siempre estarán conmigo. Estoy eternamente agradecida por la resistencia del movimiento. Me ha dado esperanza y, más importante aún, me ha dado a las hermanas con las que nunca fui bendecida biológicamente.


JULIETA

8 de marzo de 2020

Para mí empezó antes. No estoy segura si unas semanas o meses antes, pero ya se sentía una energía diferente. Empecé a ver historias de abuso en todos lados, había publicaciones de muchos tipos, mujeres enojadas por tantas injusticias y, en ese mar de violencia y acompañamiento sororo, me perdí. Sentía que todas eran mi historia y, al mismo tiempo, no quería que lo fueran. Pensé que haber trabajado mis experiencias de abuso en terapia unos años antes y hablarlas con mi círculo cercano había sido suficiente, pero no podía evitar sentirme abrumada cada vez que escuchaba a la gente contar sus historias o cantar nuevos himnos. Me daba mucho miedo ir a la marcha, no por lo peligroso sino porque no sabía cómo reaccionaría yo. Así que decidí quedarme en casa. No estaba lista aún para entrar a ese océano de mujeres exigiendo justicia. 

No estaba lista para resignificar mi propia historia. Vi todo de lejos, por las redes de amigas, conocidas y desconocidas. Incluso a través de la pantalla se sentía la energía, la impotencia ante las injusticias y la hermandad. Y tal vez fue ver toda esa fuerza de tantas mujeres, ver la resistencia en tantos rostros tan conocidos y al mismo tiempo completamente desconocidos, lo que me inspiró a resignificar mi historia. Me entregó la oportunidad de verla desde una nueva luz, así que decidí regresar a terapia, esta vez con más palabras, con más conocimiento de mí misma y de mis capacidades, con más seguridad en mí. 

8 de marzo de 2021

Hoy sigo en terapia. Y lo agradezco infinitamente. 

Este año ha sido de los más difíciles en mi vida, perdí a mi papá después de haber avanzado tanto en nuestra relación y sentía que se me iba la vida con él, en todos esos hubiera, en esas peleas incansables, en ese amor que sólo un padre puede darle a una hija. Pero resistí, como en otras ocasiones lo había hecho. 

En el camino encontré grandes maestras y compañeras, resignifiqué mis relaciones con otras mujeres, entendiendo que no somos rivales y que todas estamos intentando cambiar el mundo desde nuestra trinchera. Perdoné muchas cosas de mi pasado, incluida a mí misma. Dejé ir para poder bienvenir, y en este camino de descubrirme a mí, descubrí una hermandad con algunas amigas con quienes pude reconectar desde el amor y la resistencia. 

Hoy nuevamente no puedo ir a la marcha pero esta vez porque no estoy cerca físicamente, sin embargo, ya no me siento abrumada con las historias de otras, me siento poderosa al ver cómo aun con tantos esfuerzos por silenciarnos hemos encontrado más fuerza en más voces. Hoy me siento acompañada por todas y espero que por lo menos alguna se sienta acompañada por mí en este camino. 

Agradezco este año tan difícil, porque me ha enseñado tanto sobre mí y las personas que quiero. Me quitó mucho pero me dio esperanza, en mí, en nosotras y en el futuro. 


Camila

8 de marzo de 2020

Trato de no pensar mucho en ese día. Yo no lo sabía, pero me esperaba un derrumbe en el centro de la Ciudad de México, donde se reunían miles de mujeres que marchaban por todas nosotras.

No pude formar parte de la marcha, pero sí llegué al Centro Histórico. Tenía miedo. Había escuchado los rumores acerca del peligro, y sentía que caminaba directo hacia las fauces del lobo.

Al llegar, me di cuenta de que, en realidad, estaba ocurriendo algo completamente distinto. Había personas sentadas, de pie, caminando, comiendo, cantando, bailando, llorando… era una conglomeración inmensa de eco, de humanidad. Mientras tanto, yo intentaba no llorar, no unirme a ese cántico de lágrimas pues no estaba segura de que podría recomponerme.

Ese día me enteré de que mi hermano tenía una denuncia en su contra. Me enteré con grafiti y fotografías, y fue como encarnar una pesadilla tan trágica, que ni siquiera habría podido predecirla. Fue adentrarme en un mundo alterno, en el que cada hombre a mi alrededor eventualmente desentrañaría su pasado… un pasado que era igual al de aquel hombre que me lastimó.

Mi primer instinto fue justificarlo pero, para hacerlo, tendría que justificar también a quien me violentó. Entonces, los efectos del abuso que había vivido me llevaron a asumir la responsabilidad.

Si yo era responsable de los actos de mi hermano, por no haberlo hablado antes, por no haberle dicho, por no haberle compartido mi historia… podría vivir con eso. ¿Vivir con un hermano que es señalado como agresor? Con eso todavía no sé si puedo.

8 de marzo de 2021

Ha pasado un año y es la primera vez que cuento esto. De hecho, de no ser por una gran amiga, habría escrito “un hombre muy cercano a mí”, con tal de enmascarar, proteger y cuidar a mi hermano.

¿Cuidarlo de quién? De sí mismo y de las consecuencias de sus actos.

Pero hoy no se trata de él. Se trata de mí; de mis amigas; de las mujeres que me acompañan; de las niñas que un día serán mujeres; de las mujeres de mi generación que, para alzar la voz, tuvimos que desaprender a encajar en un mundo masculino; de las mujeres que por generaciones tuvieron que callar para sobrevivir y que, al hacerlo, nos abrieron paso a las demás.

Hoy se trata de todas y cada una de nosotras.

Si no estuviéramos en medio de una pandemia, no sé si me atrevería a marchar. El recuerdo del año anterior pesa en mi cuerpo, y su eco me quita toda energía para luchar, pero incluso sin energía para luchar, siempre tendré fuerza para resistir. Resistir ante la urgencia de asumirme culpable para proteger a otros; resistir ante la necesidad de callar para no incomodar a mi familia; resistir ante los ecos de mi pasado que de vez en vez suelen asomarse y visitarme…

Me dedico a resistir, pero no lo hago sola.

Me veo en mi abuela, cuando ella devela la podredumbre de nuestro árbol genealógico y, de igual forma, nos cobija con su amor. Me veo en mis amigas, cuando tomamos el teléfono y nos acompañamos, haciéndonos saber que entendemos, que dolemos juntas, que sanamos juntas. Me veo en el despertar de un mundo aletargado, un despertar tardío pero inevitable.

Me veo al espejo y a veces no puedo mirarme a los ojos y reconocer mi historia, pero en esos momentos me escucho en la voz de miles de mujeres que alzan el puño y que ponen el cuerpo por todas. “Es por mí, es por todas”.

Y así es: es por mí, es por todas.


CARLA

8 de marzo de 2020

Me mudé a Estados Unidos para escapar del dolor y el trauma que ocurrió en México. Pensaba que si corría físicamente de mi trauma, no me iba a alcanzar. Pero el trauma siempre vino conmigo. A veces, sin saber cuándo, ni dónde, me lo encontraba, como si tuviera una fuerza sobrenatural y siempre supiera dónde iba a estar. 

Las semanas previas al 8 de marzo comencé a ver publicaciones en Facebook de la protesta que se avecinaba. Leí historias de mujeres que habían vivido todo tipo de abuso. Mi reacción a estas historias fue visceral: mi garganta se cerró como si callara un lamento, mi estómago se revolvió ante el asco y en mi pecho sentí un peso opresor que me dejó sin aire. Pero yo lo suprimí todo. No podía existir, no podía procesar estas historias, así que pretendí que no existían. Las emociones que ya eran físicas se quedaron estancadas. Creo que dentro de mí, sabía que reconocer sus historias significaba reconocer la mía, y eso todavía no lo podía hacer. Reconocer mi historia significaba reconocer la negligencia y abuso emocional de mis padres, y los años que todos callamos el abuso sexual cometido por mi hermano. Esta realidad era tan cruda que tuve que hacer lo que se me enseñó para mantener la paz:  callar, esconder, pretender que el abuso nunca existió, y que yo no existía.

Mientras tanto, seguí con mi vida, ignorando esas emociones estancadas. Una parte de mí, como niña, buscaba alivio del dolor contándole a mis colegas acerca de las historias de abuso que leía. Siempre hablaba de ellas, de las que sobrevivieron y de las que no también. Hablaba de su dolor, de la injusticia, de los culpables que se esconden en nuestras familias. Hablaba de lo que fue y que nunca debió ser.

Todo este tiempo, sin saberlo, estaba hablando de mí. Estaba hablando de mi historia reflejada en la de ellas, y las de ellas en la mía. Ese 8 de marzo de 2020 lo viví distanciada del movimiento, pero dentro de mí ya se había sembrado una semilla que estaba comenzando a dar frutos.

8 de marzo de 2021

El 2020 fue un año de lucha, de resistencia, de amor propio, de dolor y de mucho crecimiento.

El año pasado corté comunicación con mi hermano después de que me acusó de no querer seguir adelante y de ser la única en la familia que se niega a olvidar el abuso que cometió, la forma en la que me violentó.  El año pasado comencé a ponerle límites a las palabras hirientes de mis padres; empecé mi doctorado en psicología; creé un colectivo con otras mujeres maravillosas con historias como la mía. El año pasado le conté mi historia a tres de mis amigas de mi infancia. El año pasado fui a terapia grupal.

Este 8 de marzo representa un parteaguas en mi vida. Crecer en una cultura mexicana y patriarcal ha significado sacrificar mi historia, mi identidad y mi integridad. Ha significado mantener el abuso en silencio para proteger la imagen de mi hermano y de mi familia. Este 8 de marzo mi corazón se ha roto con las palabras de mis padres, así como se rompió hace tres meses, hace dos meses, hace un mes. De la misma forma en que se rompe todos los días, cuando tengo que ir contracorriente en el hogar y con las personas con las que crecí. 

El antídoto para la comunicación abusiva son los límites. Jamás pensé tener la fortaleza para ponerle límites a mis padres, pero este 8 de marzo, de la mano de mi colectivo, de la mano de mis amigas, de la mano de mi historia y del amor propio que recién encontré a mis 29 años, decidí, que, por primera vez, soy mi prioridad.


Todas las fotografías son propiedad de Olivia S.

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